Saturday, August 25, 2007

LA MUJER DE DULUTH


Nada más leer la temperatura que marcaba el termómetro sintió que su cerebro hervía a esos 40 grados que dictaba el mercurio. Caminó rápida sin fijarse en los colores que los semáforos le mostraban sin ella pedírselo, total no pensaba cambiar el paso ni hacer ninguna parada hasta llegar a la puerta.

Había elegido justamente esa por la cercanía que tenía de la Fnac. Su suerte estaba impresa en un trozo de papel blanco, dictada por un número a modo de oráculo.

Nada más posarse a poca distancia de las puertas de su destino, estas se abrieron majestuosas tirando un aire gélido que apenas la hizo reaccionar.

Recorrió unos metros del pasillo de la planta baja y se quedo petrificada delante de la hilera de televisores de plasma que en tonos azules le mostraban la inmensidad del mar en diferentes tonalidades; según la marca y la calidad de la pantalla cada azul tenia una intensidad, un matiz, que lo hacia diferente al mostrado por las demás.

Que la imagen multiplicada fuese del mar la tranquilizaba.

En los cientos de visitas que había hecho a estos grandes almacenes se había dedicado entre otras cosas a catalogar sus estados de animo según las imágenes que les mostraban, desafiantes, todos aquellos monitores, e incluso les había atribuido propiedades terapéuticas según la temática o el color.

Serenidad. Eso indicaba el mar que la envolvía sin poder tocarla rompiendo desesperado toda su furia en los cristales de las pantallas. Podía sentir la sal en la cara, la brisa ligera que le alborotaba el flequillo, el calor de la arena bajo sus pies.

Fue andando de espaldas hasta tropezar con el pasamanos de las escaleras mecánicas. El viento lanzado por las rendijas del aire acondicionado del techo de la tienda la desconcentraron; se dio media vuelta y se dejó llevar por las escaleras hasta la siguiente planta.

El calor había propiciado que al igual que ella, más gente de la habitual hubiera buscado descanso en este mismo sitio, realmente podía considerarse como un oasis en el rincón más infernal de un desierto.

Andaba despacio permitiéndose detener la vista en cualquier titulo de libro que llamara su atención, en cualquier película, y llenaba la cesta de la compra poco a poco, como cuando compra comida a final de mes y sabe que solo puede coger lo imprescindible porque no puede estirar más el dinero ya que ha tenido demasiados pagos.

Alimentos primarios: pan, aceite, huevos, leche y algo de carne o pescado porque todo no puede ser.

No sabia cuantos minutos estaba parada cuando el señor que estaba delante de ella la señaló diciendo: - “esta chica es la ultima”.

Tarareaba mentalmente la canción y el estomago se le encogía cada vez que se aproximaba al mostrador y decidió poner toda su atención en el percing que llevaba el dependiente, al que se tenía que dirigir, en la oreja izquierda. Contorneaba con los ojos el aro plateado, una y otra vez perdiéndose en círculos concéntricos que la devolvían al mismo punto de partida.

-“¿En que puedo ayudarte?”. Esta frase y el desplazamiento hacia ella del cuerpo del dependiente, que al moverse le había hecho perder el punto de referencia alejando de su campo visual el circulo metálico, hicieron que no titubease ni un segundo y tarareó la melodía que obsesivamente llevaba en la cabeza todos estos años.

Como una autómata lo siguió hasta la sección de grupos internacionales, a los clasificados en la letra “n”. Seguía con mucho interés todos los movimientos que este hacia. La rapidez con la que movía los CDS, el sonido que estos hacían al chocar unos con otros, eran similares a los latidos que notaba bajo la camiseta. Creía que el corazón no podía funcionar más rápido cuando el golpe seco de una cajón contra otro y la rapidez del muchacho al levantarse con una sonrisa de complicidad en los ojos la invitaba a acercarse a una columna donde colgaban 4 pares de auriculares a la vez que le decía: - “ El grupo es Nirvana. El álbum es “Unplugged in New York”, y creo que el track es el 14; puedes oírla si quieres.

Al ponerse los auriculares ya oía los primeros acordes de la canción. Cerró los ojos y por un momento cientos de fotogramas de su vida a modo de flash estroboscopio y a 50 frames por segundo cegaban su retina. Podía sentir la madera de la guitarra, las manos impregnadas de tabaco, el sol que había la primera vez que pasaron solos una tarde que sus hermanos estaban en el colegio. Las lagrimas en los ojos y el olor a sal que envolvía la playa cuando jugaba en la arena a poner su nombre con un palo mientras él la observaba cantando “Lake of Fire”, a modo de crónica de todo lo que estaba pasándoles.

Colgó los auriculares y añadió el CD a la cesta. Se apresuró a pagar a la caja.

Dos libros de Vázquez Montalbán: “Los mares del Sur” y “El hombre de mi vida”, “Twin Peaks” y “El Unplugged in New York” de Nirvana, pasaron por el desmagnetizador de seguridad como piezas imprescindibles del puzzle que podía dar forma al retrato de las 3 décadas que los separaban.

Se, dirigió a la estación de RENFE presurosa a grandes zancadas que remarcaban la vuelta a confiar en si misma, la recuperación de su autoestima.

Tenía claro que no quería ser como la mujer de Duluth que le mordió un perro rabioso y se fue demasiado pronto a la tumba aullando a la luna amarilla.

No quería llorar ni gemir buscando un sitio seco al que llamar hogar donde poder descansar sus huesos antes de que los ángeles y los demonios los intentaran hacer suyos.

Subió al tren en el primer vagón pegando la cabeza a la ventana y rasgó bruscamente el sobre de la carta recogida a primera hora de la tarde que le confirmaba su plaza en el conservatorio.

Desde ya nunca volvería a esconderse para tocar la guitarra.

(Para Jul.lia y Miguel)

Moni-Cautiva