Saturday, March 31, 2007

MIERCOLES


Conforme pasan las horas el vaso ha pasado de estar medio lleno a medio vacio. Todo transcurre deprisa, dejándonos sin aliento, sin poder utilizar la capacidad de reacción. De pronto nadie habla el mismo idioma, nadie te entiende y cuando desesperas intentando comentar este acontecimiento ni tu reconeces las palabras, es más no sientes tu voz como propia. Corres enloquecida buscando un espejo que te demuestre que tienes la misma cara, que eres tú, que realmente estas y encuentras esa imagen que confirma tu existencia. Te sonries observando detenidamente cada milimetro de piel, cada arruga, cada peca y te das cuenta de que hay algo que ha cambiado por qué el brillo de los ojos no tiene la intensidad de antes, de esos años en los que todos los lenguajes eran familiares y en los que podian pasar meses y meses sin la necesidad de mirar en un espejo para saber que estabas ahí; cuando solo con tocarte la cara era suficiente para inspirar bocanadas de seguridad.
Vuelves a la calle adaptandote al momento pero no dejas de sentir inseguridad y tu cabeza se llena de los acordes de la Gymnopèdia nº 4 de Satie, dibujas con las yemas de los dedos el mentón e invitas a tu barbilla a alzarse del suelo, sigues bordeando el ribete de los labios y el contorno de los ojos recreandote una a una en las arrugas que desde hace un tiempo los adornan y el claxón de un coche te ha devuelto de un empujón a un charco y a la realidad.
Todo de golpe tiene sabor a sal, la lluvia, el silencio y el vacio que invade determinados momentos. Has podido esconder las lágrimas con el agua que ha calado hasta el último de tus huesos empapándolos de soledad.
Agua, agua regeneradora que hace tus momentos acuarelables, desdibuja tus sueños, tus impulsos primarios y, a veces, hasta llega a diluirte fundiendote con el color gris del cielo.
Es hora de abrir por segunda vez la caja de Pandora, la esperanza está arrinconada durmiendo en alguna arista del pequeño cofre esperando a que superes todos tus miedos para poder salir.
De pronto los colores adquieren consistencia. Has dejado de ser acuarelable y estas acuarelada, matizada en tonos rojizos que hacen que descubras de nuevo tu latido, que identifiques todos los lenguajes.
Tus pasos son ahora más seguros. Enhebras la aguja que necesitas para que tus pensamientos formen una pieza con sentido que encaje en tu cuerpo como una segunda piel.
La sangre te bombea en el pecho mucho más rápido y en una milésima de segundo el vaso vuelve a estar medio lleno.
Necesitas correr, escapar del hastío y romper el silencio que te lleva al matadero y que solo te permite soñar con ovejas mecánicas que asumen su destino sin cuestionarse absolutamente nada.
Moni-Cambiando