Saturday, October 14, 2006

REQUIEM

Hay situaciones a las que uno no sabe bien por qué ha llegado si guiado por un acto de valentía o de cobardía. Desde hacia 30 minutos esta frase hacia eco constante en mi cabeza, aislándome del resto de las conversaciones no dejándome pensar con claridad. Había oído a mi madre repetirla una y otra vez cuando era joven y para mí las cosas eran o blancas o negras, no había término medio. Me costó aceptar la decisión de mi hermana, pero a lo que me resistía desde lo más adentro, era a ver con que normalidad mis padres formaron parte de aquel juego.
Durante un par de semanas salía el 1º de casa, ni aparecía a las horas de las comidas y era el ultimo en acostarse, volvía cuando todos estaban durmiendo, y fue entonces cuando oí por primera vez la frase en los labios de mi madre. Así terminó la explicación de cómo mi cuñado decidió formar parte del frente nacional en 1936 recién cumplidos los 18 años para evitar que su padre acabara en una checa o dando el paseíllo como otros muchos de sus vecinos y amigos, obviando sus suplicas, gritándole que prefería morir que ver a su hijo alistado con los fascistas y le vaticinó que ese seria el principio de todas sus desgracias, que una decisión así acabaría con la estirpe de su casa.
A finales de febrero del 39 mi cuñado perdía un ojo, la pistola se le disparó mientras la limpiaba y aun tuvo la suerte de no morir en el acto. Ni siquiera volvía a casa como un héroe, al principio pensó en decir que había perdido el ojo en combate pero cuando se encontró con los ojos del padre llenos de lágrimas de reproche la verdad brotó de sus labios como una rosa cuando decide abrirse.
Pasaron los meses y la guerra tenía vencedores. Llegó a alegrarse de tener un solo ojo para notar menos las miradas de desprecio con las que su progenitor le obsequiaba nada mas despuntar el día. Sin ningún titubeo acepto un puesto que el incipiente nuevo Estado le ofrecía en un pueblo de Valencia como recompensa a su valor, por ser mutilado de guerra. Ya podía dormir tranquilo tenia un buen sueldo y un oficio, todo el mundo lo respetaba y formaba parte del nuevo engranaje de poder, todos menos su padre que solo le volvió a hablar para hacer hincapié en todas las desgracias que su estúpida decisión le estaban acarreando.
El trabajo era su escape y no se consideraba mala persona. No abusaba de nadie como hacía el resto de sus compañeros aprovechándose del cargo que ocupaban y siempre que podía hacia la vista gorda cuando veía que la gente robaba para comer.
Todos pasaban hambre, solo los falangistas y los fascistas del pueblo tenían comida, y él tenía muy claro que el pan y la tierra eran para los que la trabajaban, que el que robaba para comer no era un ladrón, aunque cada vez se le olvidaban más todas estas teorías, quedaban como lejanas y después de 4 años trabajando se habían deshilachado.
El cuarto verano en su nuevo lugar de residencia llegó con más calor y hambre que los anteriores, la sequía no tenía compasión y lo que la cartilla de racionamiento asignaba a cada familia apenas cubría las necesidades de la comida de un día.
Fue un verano triste, caminaba por los campos vigilando las cosechas de otros, persiguiendo sobre todo a niños que caminaban durante media jornada para poder llevarse algo de comer a la boca, almendras que estaban a medio hacer, tomates, cebollas, melones. Niños a los que se les había negado la infancia, niños que habían sido obligados a sufrir la crueldad de una guerra y abocados irreversiblemente a la miseria.
Y fue ese verano cuando por primera vez él se encontró con mi hermana escondida en un campo de girasoles con un racimo de uva en el regazo. Llevado por un impulso intentó que su compañero pasara por alto el hurto de aquella mocita de 13 años, pero fue inútil, este no quiso ni oír hablar del asunto y muy a su pesar acabo andando tras ella y llevándola al cuartelillo, al son de una frase que como una oración murmuraba la ladronzuela: “para que se la coman ellos, me la como yo” al llegar a su destino no pudo evitar soltar una gran carcajada al ver la cara de su compañero cuando al presentarla ante uno de sus superiores y después de relatarle el motivo por el que la habían apresado, el gran racimo de uva de por lo menos un kilo de peso, no existía, solo llevaba un pequeño girasol en un bolsillo que parecía reírse de ellos en su cara. Fue consciente de que los susurros que le habían acompañado a modo de rezo durante todo el trayecto duraron exactamente lo que ella tardó en comerse uno a uno los granos de uva de aquel racimo, tan hermoso y fresco como su cara.
Se enamoro de ella por su hermosura y por su tozudez. Salía de trabajar y la rondaba sin dirigirle la palabra, desde lejos. Le encantaba observarla, era como ver una liebre saltar por el campo y por otro lado, algo familiar tenía aquella muchacha que le asustaba y le atraía.
Con el paso de los años aprendió a olerla a distancia, olía a canela, al arroz con leche, a las natillas que su madre preparaba cuando el aún era un rapaz ajeno a todo lo que después le acontecería.
Y entre aromas exóticos y tras muchas noches en vela fueron pasando los años que trajeron nuevas melodías alegres y nostálgicas.
Y una tarde por fin después de un cha-cha-cha la orquesta paso a tocar “Suspiros de España” y embriagado por los acordes de esta melodía y con los ojos desbordados de lágrimas la vio a ella justo enfrente de él, en el extremo contrario de la plaza. Con la mirada fija en sus labios e hipnotizado por el rojo agranatado de su carmín cruzó en dos zancadas la distancia que los separaba y le preguntó si quería bailar con él.
No podía creer que estuvieran bailando, sus cuerpos sincronizaron perfectamente y no se dieron cuenta de que la lluvia los había dejado solos en medio de la plaza y de que la música había dejado de sonar.
Este fue el comienzo de una relación que le iba a acompañar toda su vida.
En unos años se casaron y enseguida llegaron los hijos y las primeras decepciones. El desahogo económico y todas las atenciones con las que él la colmaba en vez de endulzar su carácter como cuando eran novios, la hacían ser más agria cada vez. Él cargaba con ello sin esfuerzo, jugaba con sus hijos y los veía crecer siempre a la sombra de la hija que nunca llegó.
No dejó de quererla cuando por las noches al acostarse solo encontraba su espalda. Cerraba los ojos y dejaba que el olor a canela y los acordes del pasodoble con el que bailaron por primera vez se fusionaran con sus suspiros.
El deterioro de su relación parecía ser el ingrediente principal para que todos los demás aspectos de su vida prosperaran.
La colmaba de todos los avances tecnológicos que la ciencia aportaba para facilitar la vida cotidiana, la televisión, la primera batidora, el coche, joyas, flores y bombones solo conseguían que su rostro se iluminara durante unos minutos. El resto del tiempo solo veía desprecio en su cara, amargura en sus palabras.
Y enseñó a sus hijos a aceptar el carácter imperativo de la madre, algo que solo funciono con el mayor, que era sumiso como él. Llegó a odiarse por haberle puesto su mismo nombre, como si el nombre formara el carácter de una persona.
La adolescencia y la juventud del pequeño trajeron rebeldía y revolución a sus vidas. Fue el único que se enfrentó a ella bajo la mirada observadora del padre que admiraba el coraje del hijo que era lo que a él le faltaba.
Luego estaba su trabajo que no le llenaba en absoluto y en el que tenía la certeza de que nunca llegaría a subir más alto de lo que ya lo había hecho. Seria subjefe de policía local hasta que se jubilara.
Siempre el segundo, siempre acatando ordenes de otro, como en casa, y retomó como segundo empleo el que había sido su oficio cuando era joven, antes de que la guerra diera un giro de ciento ochenta grados a su vida. Si no estaba trabajando como policía lo hacía en la pequeña sastrería que había improvisado en una de las habitaciones del piso donde vivían.
Los hijos crecían. Motos, coches, siempre tuvieron lo que pedían supongo que guiado por ese afán que tenemos los padres de que nuestros hijos tengan todo lo que nosotros no hemos tenido.
Una noche fría de enero, justo después de las navidades de 1984 el teléfono sonó de una manera desgarradora y no podía creer lo que la voz que se dirigía a él desde el otro lado del aparato estaba diciendo.
El coche de su segundo hijo se había empotrado contra unos árboles después de salirse de la carretera dejándolo prácticamente desecho.
Durante una veintena de días no consiguió que mi hermana saliera de la sala de la UCI del hospital donde mi sobrino se encontraba, estaban los dos con la mirada perdida y sin dirigirse la palabra, culpabilizándose cada uno por una cosa, ella por no haberse puesto en su sitio cuando compraron el coche para el hijo y él por las viejas historias que volvían a agolparse en su cabeza. Las últimas palabras que su padre le había dirigido hacía ya tantos años hacían eco constante en sus oídos, retumbaban por todos los poros de su piel llenándolo de un sudor frío y aterrador.
La muerte llegó en pocos días arrebatándole a su hijo y todas las esperanzas de reconciliación entre ambos se evaporaron. Solo en el cementerio dejó que la abrazara y se embriagó del olor a canela y tristeza que las lágrimas dejaron en su chaqueta justo a la altura del pecho.
Después de esto cada uno se encerró en si mismo, en sus frustraciones y en vanas esperanzas de cambiar, de volver a empezar.
Estaba el otro hijo que cargó con las miserias de sus padres y con una salud para nada estable.
Pasaron cinco años y una tarde de octubre en la que un incipiente otoño asomaba su rostro sintió la necesidad imperiosa de salir a la calle, de dar un paseo por el rio. Se acercó a su mujer invitándola a que lo acompañase y después de tanto tiempo volvió a sorprenderlo aceptando su oferta, cogieron las chaquetas y salieron sin más preámbulos. Caminaban el uno junto al otro como una joven pareja en sus primeras citas. Aprendían a reconocerse sin prisas y por una milésima de segundo sintió un atisbo de felicidad que se desvaneció al llegar a casa, al encerrarse de nuevo en la frialdad y el mutismo cotidiano.
Tomo la decisión de repetir el ritual de los paseos y se propuso firmemente disfrutar de ella cada tarde, exprimirle al reloj todos los minutos que fueran posibles. Se adentraban más al final del último equinoccio del año y a la desnudez de la vegetación se sumaba la suya, el silencio lo estaba despojando de todos sus secretos como el viento lo hacia con las hojas de los árboles. Le habló de sus miedos, de su cobardía, del amor que sentia por ella y del que hacia muchos años solo quedaba un boceto con muy pocos trazos, de su sonrisa desdibujada y de su olor a canela que lo embriagaba obsesivamente.
Ella lo escuchó paciente y por unos minutos salió del silencio austero en el que estaba refugiada desde hacia tantos años para sonreír y besarlo en la mejilla.
Volvía a casa más tranquilo, más ligero y por una vez en su vida sintiéndose valiente.
El sonido próximo de una moto que se acercaba lo devolvió a la realidad bruscamente. Buscó el vehiculo y ya lo tenia encima. Lo envistió lanzándolo 3 metros y se vio a si mismo tumbado en la calzada rodeado de gente, empapado de sangre y de las lágrimas de mi hermana susurrándole que no se moviera, que ella estaba ahí, cantándole despacito “Suspiros de España” como la primera vez que se abrazaron, y poco a poco fueron quedándose solos; todos los sonidos desaparecieron menos la voz de su mujer que le pedía entre sollozos que no la dejara sola.
No volvió a estar consciente y a los 4 días murió en el mismo hospital que hacía unos años había muerto su hijo. Esta vez fui yo el que estuvo todas las noches con mi hermana y mi sobrino. Mi sobrino siempre a la sombra, enfermo y silencioso.
En los años siguientes su carácter fue agriándose cada vez más, y volcaba toda la rabia y frustración en su hijo. No soportaba la debilidad, lo veía deteriorarse por la enfermedad, tan dependiente de los fármacos sin los que vivir le era imposible y se despreciaba a si misma por haberlo engendrado.
El ruido de las sirenas de la ambulancia se confundía en mi cabeza con el de los avisos de los ataques indiscriminados y sistemáticos de la aviación italiana fascista aliada con Franco y con el grito de ¡Al refugio! que hacían que mi madre nos llevara cogidos de la mano a los dos, sin apenas tocar el suelo hacia uno subterráneo que había a unos 300 metros de nuestra casa para protegernos.
Imágenes de tristeza, de horror en los adultos y niños que allí nos resguardábamos aterrorizados, mirando sin poder hacer nada hacia arriba, hacia el techo y hacia más arriba.
Podía oírla tranquilizadora sacando una flor por un pequeño agujero que daba al exterior diciendo que si tiraban una bomba al estallar todo se volvería de color naranja como el sol y el girasol miraría hacia allí confundiéndolo con este y previniéndonos del peligro.
La voz de mi hijo me saco del aturdimiento en el que estaba, después de sacudirme varias veces de los hombros para que lo mirara y escuchara con atención.
-Tú hermana a muerto, ¿Que hacemos?
Solo pude contestarle:
-Es curioso, hoy hace 70 años del inicio de la Guerra Civil.
No se cuanto tiempo permanecí inmóvil pensando en ello, en la soledad que me embargaba y en que de la misma manera que la sublevación militar contra el gobierno legitimo de la Republica había abocado al País a largos años de muerte y destrucción había establecido con mi hermana un extraño vinculo convirtiendo su vida en una realidad dolorosa y en que quizás ese fue el comienzo del desmantelamiento de su felicidad.







Moni-Castigada

4 Comments:

Anonymous Anonymous said...

moni castigada? por que?
me impresiona este relato y me deja con ganas. con ganas de conocer mas detalles, de ahondar en los personajes y en esa memoria historica tan injustamente olvidada. una vez mas llamas a mi conciencia y a recovecos de mi interior, removiendo mis entrañas, en definitiva, provocando a la vida y pernmitiendonos ser distintos d¡ferentes, ...berta

1:37 PM  
Anonymous Anonymous said...

moni castigada? por que?
me impresiona este relato y me deja con ganas. con ganas de conocer mas detalles, de ahondar en los personajes y en esa memoria historica tan injustamente olvidada. una vez mas llamas a mi conciencia y a recovecos de mi interior, removiendo mis entrañas, en definitiva, provocando a la vida y pernmitiendonos ser distintos d¡ferentes, ...berta

1:37 PM  
Anonymous Anonymous said...

Mi querida p castigada el relato es agil y muy grafico. Se que es muy dificil encerrar en un relato corto la historia de una vida o vidas.
Yo como lectora me pregunto muchas cosas sobre los personajes. Te animo a que completes la historia ya que tienes una herramienta poderosas: que tu lenguaje es muy grafico.
besos mer.
p.d tienes en casa el pate de navarra uno para ti y otro para tu hermana A. Mas besos

9:21 AM  
Anonymous Anonymous said...

soy yo otra vez, mer, que me pongo en plan literato y no te he dicho
Que no te he dicho que me ha gustado.

mua, mua, mua.

9:38 AM  

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