Saturday, April 29, 2006

LAS CUATRO MENOS CINCO




Otra noche más antes de acostarme he abierto el primer cajón de la mesilla para sacar una pequeña caja de madera desgastada. Las manos me tiemblan cuando intento abrir el pequeño cierre metálico que mantiene unidas las dos partes de la caja. Cojo aire profundamente para notar que estoy vivo y que el corazón se acelera como cuando tenia 20 años menos. Pequeños charquitos de lagrimas se han formado en mis ojos, y justo cuando empiezan a desbordarlos consigo abrir la caja. Con el tiempo este ritual se ha hecho mas lento, supongo que va unido a la torpeza que mis manos han adquirido con el paso de los años.
Por fin los veo. Están todos ahí con la inocencia y la ilusión que solo tienen unos niños de 10 años. Ese fue el último año que di clase, y no fue un año precisamente brillante para mi. Bebía mas de la cuenta, me había separado después de 25 años de un matrimonio que, en su última etapa, se mantenía por el alcohol que cada noche me llevaba a casa adormecido.
Y en el trabajo no paraba de repetir entre lección y lección todas las cosas que me hubiera gustado hacer. Utilizaba las charlas con los alumnos como terapia, hacia un repaso de mi vida, de lo importante y de lo superficial. Cosas que muchas veces eran inconexas. Y hablando con ellos descubrí que la estación que más me gustaba era el invierno, que pese a repetirme año tras año que odiaba las Navidades, en el fondo me encantaban. Que me gustaban los polvorones, los belenes, la nieve, la pesca y que si hubiera vivido la época que ellos viven el monopatín seria mi medio de transporte. También hice hincapié en la importancia de no dejar de creer nunca en los Reyes Magos, aunque todos supieran ya que estos eran los padres desde hacia unos años.
Cuando entre en clase aquel viernes 20 de febrero de 2004 había olvidado que era mi cumpleaños, mi 65 cumpleaños. Allí estaban todos disfrazados, observándome. Habían elegido representar para mi los anhelos e ilusiones que yo les repetía dia tras dia pensando que ninguno de ellos me escuchaba. Y los ojos se me llenaron de lagrimas como cuando cada noche abro esta caja.
Sobre la foto diré que, pese a que cuando la han mirado otros ojos que no son los míos siempre me han dicho que no esta nítida, para mi esta perfecta. Así era como yo los veía cuando decidí guardarlos para siempre en mi memoria, cuando decidí en un juego tonto y desafiante detener el momento con mi cámara, por que cuando uno esta llorando la nitidez tiene otra dimensión, es diferente. Por eso también me gusta que me cueste sacarla de la caja cada noche.
Monica- Mara

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